El colega.

Quedé de encontrarme con Luis Javier en Plaza del Sol, en la mítica "parada del 63". Llegamos ambos puntuales y casi en sincronía: antes de las ocho de la mañana ya estábamos listos. El motivo de encontrarnos a esa hora criminal era porque pretendíamos buscar trabajo. Un mejor trabajo, debo decir.

Javier trabajaba como mesero en una cafetería aunque también hacía otras labores como entregar los pedidos a domicilio o surtir los pasteles a las demás sucursales de la franquicia. Yo me desempeñaba como asesor telefónico en una empresa que le brindaba el servicio a una compañía de telefonía celular. Ambos trabajábamos por las mañanas puesto que de cuatro de la tarde a diez de la noche estudiábamos nuestra licenciatura en Administración. No éramos desempleados, pues, me parece que no éramos siquiera sujetos de ser considerados como parte de la población económicamente activa ya que nuestro rol principal era ser estudiantes.

Hago ésta aclaración porque comenzamos nuestra búsqueda de trabajo de una manera bastante envidiable: compramos El Informador, que tenía en ese momento los mejores avisos de ocasión de la ciudad, y nos sentamos a beber café en un Sanborns mientras buscábamos ofertas que nos interesaran. Cabe decir que sólo uno veía el aviso de ocasión mientras el otro ojeaba otra sección del diario: la de deportes fue la primera que fatigamos.

Después de despachar un par de tazas de café, nos dirigimos a un lugar no muy lejano de Plaza del Sol, por Avenida Obsidiana. Recuerdo que el sueldo no estaba tan mal y que no había restricciones de horario. En realidad eran dos cosas las que buscábamos en el hipotético nuevo empleo: que nos permitiera seguir estudiando por las tardes y que si tuviéramos proyección en esa empresa, ya que tanto Javier como yo considerábamos que las compañías para las que trabajábamos no eran de ninguna manera la opción más envidiada por futuros administradores sino más bien una estación de paso. Son curiosas las cartas que nos jugamos con el destino, puesto que ambos seguimos algunos años más donde estábamos laborando: Javier brincó a la gerencia de otra pastelería auspiciado por su experiencia acumulado como "mil usos" y yo tuve la oportunidad de desempeñarme, mediocremente por cierto, como Líder del proyecto en donde yo laboraba.

Tuvimos una entrevista en las instalaciones de Obsidiana, las actividades descritas resultaban tan tentadoras como desconcertantes: "utilizarán sus habilidades de mercadotecnia y administración" nos decían, pero sin detallar cómo o haciendo menciones específicas. Los requisitos de ingreso eran tan exigentes que ya estábamos contemplados como reclutas para el curso de inducción que daría inicio a los dos días de nuestra entrevista. En realidad no teníamos gran cosa que perder más que una mañana de nuestro tiempo, así que contemplamos acudir al menos a la primera sesión de entrenamiento dentro de dos días. Mientras tanto, Javier y yo visitaríamos un par de opciones más ese día, las cuales habíamos considerado con potencial.

La siguiente parada fue una agencia de cobranza que estaba cerca de la Minerva. En nuestro afán de reducir gastos sólo tomamos un camión, cuyos detalles ignoro ya que esa zona de la ciudad era ampliamente mejor conocida por Javier que por mí y sólo me subí al autobús que él determinó. Nos bajamos del autobús y tuvimos que caminar un trecho más o menos considerable, aunque Javier aseguró que no faltaba tanto. La buena noticia era que la colonia es bastante bonita y hasta chic, la mala noticia era que hay fondas, restaurantes y puestos de comida prácticamente cada esquina, por lo que la tuvimos que lidiar con la tentación de instalarnos en alguno de esos lugares y desayunar algo antes de llegar a aplicar a la agencia de cobranzas.

Nos entrevistaron a los dos al mismo tiempo, supongo que para que la entrevistadora se ahorrara algunos minutos. Ella no era ni medianamente bonita, por lo que se reducían un poco nuestros nervios; al menos los míos. La mujer en realidad se enfocó en mi, ya que mi posición actual en la que atendía llamadas de clientes quejosos, desesperados o en algunos casos francamente imbéciles, encajaba más con el perfil de estar varias horas al día marcando a personas morosas que seguramente contestarán el teléfono con la simpatía de quien se acaba de golpear el dedo meñique del pie en una de las frondosas patas de la cama.

Salimos de la entrevista conjunta y Javier se emocionó bastante por el interés de la tipa en mi; si por él hubiera sido él habría tomado la posición casi de inmediato. A mí no me emocionaba gran cosa el volver a empezar un trabajo similar al que ya tenía, por lo que no volví a la segunda entrevista pactada para quien sabe cuándo. Ya era casi la hora de la comida, por lo que nuestras opciones de llegar a entrevistarnos con alguien sin previa cita era pocas, el menos durante las próximos tres o cuatro horas, por lo que decidimos dejar nuestra búsqueda por ese día. Le pregunté a Javier que me diera las rutas para llegar a mi casa, o al menos a algún lugar del cual yo pudiera llegar a ella.

Mi desmemoria ha bloqueado los detalles de mi traslado, pero recuerdo que tomé un segundo camión en la Avenida de las Américas. La ruta 622, si mal no recuerdo. No había asiento disponible por lo que viaje de pie, más o menos a la mitad del camión. Estaba absorto en mis pensamientos: frustrado por el poco éxito en la búsqueda del día y preocupado por mi futuro laboral, puesto que las oportunidades de buenos empleos no son muy numerosas y no quería terminar mis estudios profesionales sólo con la experiencia profesional que tenía en ese momento, la cual yo consideraba con muy poco para presumir.

El camión se detuvo en un alto y no sé la razón por la cual subí la mirada. De frente me quedó otra unidad del transporte público donde un payaso callejero venía amenizando el traslado de los pasajeros a cambio de algunas sonrisas y seguramente menos monedas. Fijé mi vista en él y le vi hacer su trabajo con entusiasmo y alegría, la cual debo decir, me fue contagiada tan sólo con verlo. En ese instante pensé que ese payaso seguramente tenía también preocupaciones, como yo, y que quizás él también había tenido conflictos para encontrar su vocación (acaso estaba en medio de él, al igual que yo). Reparé en ese momento que ese payaso y yo teníamos más en común de lo que aparentábamos; me dio la impresión que éramos iguales en el momento en que ambos le teníamos que lidiar con la vida y el hipotético porvenir: éramos colegas. También reparé que había una diferencia gigantesca y evidente entre él y yo, al menos en ese momento: él sonreía y se comportaba entusiasta mientras yo recargaba mi frente sobre mi mano que se agarraba del helado tubo de un camión…

Supongo que se puso el verde del semáforo puesto que ambos camiones se movieron. El Colega se dio cuenta que yo le observaba atento mientras él hacía su interpretación y en correspondencia me sonrió y me extendió su mano en ademán de despedida, de camión a camión. Mi mueca dibujo una sonrisa mucho más discreta que la suya pero creo que la alcanzó a distinguir. "Adios Colega", musité para mis adentros mientras mi autobús se alejaba del suyo.

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