Bendiciones por tres pesos

Me referiré a él como Nepomuceno.  La razón es por su parecido con el vendedor de cacahuates del barrio que se llamaba, creo, Nepomuceno.  Se ubicaba en el cruce de Av. Tepeyac y Manuel J. Clouthier (la otrora Avenida Cordilleras).
Solía verlo cada sábado sobre su silla de ruedas llevar una logística peligrosa y extenuante: durante el alto del semáforo, Nepomuceno recorría una parte del carril izquierdo y pedía una ayuda económica a los automovilistas en turno.  Era tan hábil, que después de pasar por no menos de seis ventanillas, se cambiaba al carril central y regresaba al punto de partida pidiendo "una ayuda" a otra media docena de automovilistas.
Era un recorrido contra reloj, puesto que Nepomuceno aparte tenía que gestionar las monedas colectadas y regresar al punto de inicio, justo en el camellón donde tomaría aire durante un minuto y medio para repetir el proceso al siguiente rojo del semáforo.
No me atrevo a decir que Nepomuceno "pide limosna", puesto que se esfuerza tanto o más que muchas personas que supuestamente formamos parte del aparato productivo.  Por otro lado, Nepomuceno era generoso en compensar con bendiciones y buenos deseos a cada automovilista a su paso, sin hacer distinción si la persona le había dado o no dinero durante su recorrido.
Siempre procuré tener una reserva de efectivo para él.  Tan sólo el esfuerzo que prodigaba en un sólo alto era merecedor de una contribución económica.  Además, más de una vez me quedé con la sensación de haber recibido más yo de él: en una ocasión, por sólo tres pesos recibí a cambio una sonrisa generosa y franca, dos agradecimientos acompañados de un "Dios te bendiga" genuino y honesto, los cuáles no abundan.
Hace meses que no le veo en su crucero.  Quizás sólo se ha mudado de ubicación o quizás no hemos coincidido en horarios.  Espero que sólo sea eso.
Creo que mis recorridos de los sábados están ahora incompletos: extraño el ejemplo y el tesón de Nepomuceno para ganarse la vida de una manera honrada y gallarda.  Paralelamente, se daba el lujo de regalar mensajes de buena voluntad a los que teníamos la fortuna de coincidir con él en el camino y en la vida.  En efecto yo le compartí algunas monedas pero él me legó un ejemplo y un testimonio.

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