Santo Job, hoy.

Omitiré los detalles por no venir al caso.  Redacto éstas líneas desde una posición de dolor y acaso desde una tristísima piedad.

Omitiré los detalles puesto que no los puedo redactar.  No caben las palabras cuando un corazón bueno tiene que encarar a la tragedia y al infortunio en múltiples frentes.

No es mi dolor el que me impulsa (si yo tuviera la responsabilidad de ese lance, seguro no tendría ni la convicción ni la fuerza para describir en un blog las dolientes estocadas que, de por sí mal herido, habría de esquivar para intentar seguir de pie).

Creo que éstas son las líneas más nobles que me ha sido dado redactar: no busco hipotéticos lectores ni dejar en la web algún momento de rústica inspiración.

Reconozco que busco, si, desahogar un poco el dolor ajeno que involuntariamente he depositado en mi mochila personal.  Y en el fondo busco también, desde mi posición de creyente que se vanagloria de la grandeza de su Dios, que éstas letras sean una forma de oración y ofrecimiento hacia ese Santo Job moderno cuyo dolor tengo tan al alcance y que en cierta forma me duele a mí también.

Busco también mandar un abrazo por medio de éstas letras a las personas referidas (que seguramente jamás leerán éstos renglones).  Ignoro el desenlace de tan trágica y desfavorable situación; espero por supuesto que sea positivo y que no haya consecuencias que cargar para el resto de los días.  Existe la posibilidad, sí, que salgamos raspados por la fatalidad, el llanto y los suspiros resignados; de ser así, pido por que seamos capaces de preservar nuestras convicciones en medio de éste implacable asedio.

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