El azar
El joven que se fue a escondidas
al país vecino buscando a su madre que lo dejó todavía mozo;
el que enviudó a los treinta años
por el cáncer temible;
la mujer violada entre sus lágrimas silenciosas
embarazada, puteada, y vendida para que la sigan cogiendo
por mucho menos de treinta monedas…
Los tres hijos del mismo viudo,
que pierden a su madre enferma y a su padre migrante;
el ex pandillero que no puede trabajar para sus hijos
porque trae tatuados, en sus brazos y en su alma,
su pasado y sus cadáveres;
la madre reventada del hocico
que estoica aguanta la cobarde furia conyugal
que su propia madre toleró implorando piedad,
no para ella misma sino para sus hijas.
El anciano en silla de ruedas,
que despilfarra bendiciones a cambio de tres pesos;
el pastor que ruega le sea devuelta la fe,
entre sollozos,
para no mutar en un enemigo de la verdadera y de la falsa religión.
Mi querido amigo que casó con la mujer de su vida,
pero cuya esposa no lo hizo con su príncipe azul
y que terminaron fumando cigarros
cada quien por su lado, cada quien abandonado.
Acaso por mera fortuna me fue dado comer las lentejas de mi madre,
y no desconocerla
ni rabiarle blasfemias a un soldado libanés (que por azar no es yanqui o suizo), por profanar mi hogar
y acaso a mi madre y a mis hermanas.
Un incomprensible azar es quien nos guía
y no nuestros pasos,
ni nuestros talentos,
ni nuestras ambiciones.
Por una razón extraña no soy ninguno de los arriba firmantes
aunque yo también cargo mi mochila
con mis fútiles dolores y mis nimiedades;
por una razón extraña no soy ninguno de los arriba firmantes
o soy todos a la vez, en la medida que su dolor me hace concebir un mundo miserable
áspero, ingrato, traidor.
Yo no soy ninguno de los arriba firmantes
pero por todos ellos (y muchos más que por piedad o desmemoria he omitido),
me doy cuenta que ya no soy yo,
sino tan sólo mis circunstancias…
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